Hiperactivo e inatento: el mal de la rebeldía sin causa
Es un trastorno biológico, pero tratable desde el punto de vista farmacológico y terapéutico. Sin embargo, si no se actúa a tiempo, la enfermedad puede convertir a quien la padece en un ser asocial y conflictivo, propenso al consumo de sustancias estupefacientes.
Son la cara y la cruz de una misma patología que sufre el 5% de la población malagueña: la hiperactividad y el déficit de atención, trastornos neuronales que, si no se diagnostican a tiempo, pueden convertir la vida de quienes lo sufren y las de sus familias en un infierno sin sentido.
Según el psiquiatra de la unidad de salud mental infanto-juvenil del Hospital Marítimo, Alberto Espina, el déficit de atención se da en solitario en un 35% de casos y sobre todo en niñas y otro 13% de pacientes básicamente masculinos sólo sufren de hiperactividad. Sin embargo, en más del 50% de los casos ambos problemas van de la mano y dan origen a un diagnóstico de TDAH: trastorno de déficit de atención e hiperactividad.
Un niño hiperactivo no es sólo un niño nervioso. El niño hiperactivo no deja de moverse, es impulsivo, no piensa, actúa, y eso le provoca numerosos accidentes y le lleva a involucrarse en riñas y peleas, se mete en lo que hacen los demás, es incapaz de esperar un turno y habla en exceso.
Espina indica que la hiperactividad es un problema identificable porque es realmente incómodo. Pero el déficit de atención pasa más desapercibido, por lo que es más difícil de diagnosticar y resulta más dañino para quien lo sufre.
El déficit de atención puede confundirse con la discapacidad psíquica. El afectado suele ser pacífico y en el colegio llega a convertirse en el blanco idóneo para el acoso escolar. El niño inatento se distrae con cualquier cosa, no atiende cuando se le habla, lo pierde todo, no es capaz de acabar una tarea y evita los esfuerzos mentales.
La psicóloga Asunción Ortego, miembro del equipo de la unidad de salud mental del Hospital Marítimo de Torremolinos, dependiente del Clínico, indica que la edad idónea para diagnosticar estos problemas va de los 6 a los 9 años. Es en ese momento cuando el sistema educativo va dejando atrás a estos niños, que comienzan a manifestar un notable fracaso escolar. Si no se trata, el 80% de los niños con TDAH llegan a la adolescencia con este problema y entre un 30 y un 65% de adultos sigue padeciéndolo.
Ortego manifiesta que conforme estos niños crecen sin ser tratados empiezan a mostrar conductas conflictivas que en el complicado período de la adolescencia se suma al consumo de drogas. Para los TDAH el consumo de alcohol o estupefacientes supone una especie de "automedicación", pues mediante esas sustancias logran algo que no consiguen por sí mismos: relajarse y pensar.
Tratamiento. Los profesionales insisten en que todo este problema tiene una solución relativamente fácil: un diagnóstico que lleve al tratamiento.
El TDAH tiene un tratamiento pediátrico que da resultados buenos e inmediatos. Estudios recientes en Reino Unido revelan que estas personas dejan de depender de la medicación en su madurez, pues el problema neuronal se corrige.
Alberto Espina matiza que el tratamiento terapéutico es tan importante como el farmacológico, porque es preciso enseñar al niño y a la familia a cómo contener el problema y a tratar correctamente a quien lo sufre sabiendo por qué actúa como lo hace. El psiquiatra indica que se puede convivir bien con este trastorno y, además, los TDAH tienen algunas cosas a su favor, suelen ser grandes deportistas y están muy dotados para todos los trabajos donde pueden desplegar su ímpetu.
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